Existe un lugar en el mundo en donde nada es como parece y todo es lo más parecido a una película surrealista (de Fellini), a un teatro del absurdo (de Pirandello), a un caso de un comisario de provincias con buen apetito (Montalbano de Camilleri); divertido hasta la locura, muestra de tremendismo, tan realista como mágico. Ese lugar es Sicilia, la mayor isla del Mediterráneo, la isla de las tres puntas –Trinacria-, gigante feroz aplastado por la mole de tierra que sigue viva por estar sujeta a sus temblores que desde los abismos se retuerce, abre grietas, echa humo y escupe lava allí donde se intuyen sus horribles fauces aún abiertas en el Etna.
Tierra de muchos pueblos que pasaron y un único pueblo resultado de todo ese devenir por su tierra, esa tierra rica en los campos de Ceres, eternamente raptado su fruto compartido con el Inframundo. Sicilia es siempre una búsqueda, la nuestra es encontrar las huellas del rapto arquetípico y el ritmo de las estaciones, el ritmo de la vida que late en su roca amarilla y se baña en el mismo mar que nos une desde Jaffa a Denia.
La primera vez que visité “La Sicilia” lo hice ligero de equipaje y como se debe viajar por Italia, nel treno, desde Roma, con una mochila y un bolso que perdí a la vuelta (amablemente sustraída de mi compartimento del tren) con cámara de fotos incluida. Mis recuerdos son muy vivos, tal vez porque no se quedaron congelados en imágenes de papel fotográfico ni en cámaras digitales (entonces no se estilaban). Recuerdo la emoción de viajar en esos trenes, tantas horas, pero con tantas anécdotas, historias de unos y otros que subían y bajaban, y algunos que como yo permanecíamos y compartíamos nuestras vidas por esos minutos, esas horas. Allí conocí a un estudiante siciliano que bajaba a ver a sua mamma al pueblo natal en Agrigento. Me decía una y otra vez que tenía que ir a su casa, que me podría quedar el tiempo que quisiera, que comería la mejor pasta, el mejor gelato alla brioche, la mejor cassata y que si quería ruinas arqueológicas, su pueblo tiene los templos griegos mejor conservados de toda la isla. Lo que en el tren nos había unido se debía corresponder con el respeto a un sacrosanto principio que se llama hospitalidad, la misma que la de los héroes homéricos, la hospitalitas romana, las buenas intenciones para con el caminante que corre en nuestro ADN compartido de mediterráneos y que no iba a poder rechazar. El tren se desmontó en partes y se subió a un barco que nos cruzó el estrecho de Mesina por la noche. Pasaría la siguiente noche en un palacio destartalado de Palermo, otra en una azotea de Selinunte y finalmente antes de llegar a Siracusa, mi objetivo último, otras varias en el Valle de los Templos de Agrigento, la vieja Akragas.
Y allí debía responder a la hospitalidad brindada. El padre de familia de mi amigo recién conocido se fue a una casa de campo y a mi me metieron en la habitación más distinguida, la de los padres, con la foto de boda, el crucifijo y todas las atenciones que una mamma puede excederse sin control. Hasta me trajeron un peluquero y no me desnudaron y bañaron en un lárnax como a Telémaco cuando le recibieron en el palacio de Néstor, de milagro. Eran las fiestas del pueblo. Comí lo que no había comido en meses estando ya en las postrimerías de mi año Erasmus en Roma y me hicieron sentir como en casa hasta que decidí partir para continuar mi viaje. Insistí en que tomaran nota de mi dirección en Madrid, que me visitaran cuando quisieran porque ahora había quedado en el sagrado deber de corresponder ante tal hospitalidad derrochada. Nunca volví a saber de ellos. Y siempre quedaré en deuda, con ese también sacrosanto deber de corresponder. En su lugar tendría que buscar en mi vida la forma de neutralizar ese infinito don/contra-don que se encadena eternamente entre las almas de bien.
Pasaría un tiempo para que volviera a Sicilia, ahora como acompañante arqueólogo de uno de nuestros jefes de Pausanias Viajes Arqueológicos, maestro en las veleidades de su tierra, Matteo Bellardi. Como un auténtico mentor o mejor mistes, fui siendo introducido en los misterios de la isla, aquellos que se ven con los ojos y aquellos otros que se deben sobreentender del carácter de sus gentes. La primera lección: no enfrentarse a nada sino dejarse llevar, todo tiene una solución, aunque a la manera local. Resulta que una de las sorpresas del viaje es una cena el día que pasamos precisamente en Agrigento, en donde reside nuestro Dominus local que nos ofrece su hospitalidad, (Don) Dario; fiore del mandorlo, maestro del folklore internacional, cantante, músico, influencer analógico, intachable conversador, incuestionable generador de opinión, irreproducible solucionador de cualquier revés, siciliano de pro, ciudadano del mundo alla siciliana, con mucho mundo sobre su hatillo de guitarra y armónica.
Pues bien, Dario no decepciona en derroche hospitalario y nos tiene para cada viaje una cena preparada y cada año nos sorprende porque hasta el ultimísimo momento no sabemos donde acabarán nuestros huesos. La primera noche que llegamos el jefe y un servidor se reúnen con el Don del lugar con ánimo de descubrir el plan que nunca, repito nunca, podemos atisbar ni por un momento, porque cada viaje es único en Sicilia. De las “cenas sorpresa” no puedo sino rememorar la que realizamos en una casa que amablemente el propietario había dejado “al cuidado” de nuestro amigo, el cual se había instalado y con su comando de lugareños , entre los que destaca el bueno de Luigi, que lo mismo te arregla un móvil de un viajero como se va de madrugada a buscar a alguien al aeropuerto, como celebra contigo en frente sus bodas de plata en un antro marinero. Como digo cada personaje alrededor de Dario se supera al anterior y sólo el alma del capo los supera a todos ellos. Pero la cena en esa mansión okupada con comida casera en puchero de otros colegas que iban, venían y nos amenizaban la velada con cantos y música de su folklore a la luz de la luna, era difícil de superar y sin embargo se superó en el siguiente viaje. Esa vez al preguntar por la casona de la anterior vez nos contó la historia del ingrato dueño que les había denunciado cuando estaban cuidándole con tanto cariño su propiedad. De nuevo había que dejarse llevar y Dario proveería.
La sorpresa fue ir a un auténtico tugurio digno de Chanquete -con barca boca debajo de tejadillo- llamado Al Timone en Porto Empedocle, puerto akragantino por antonomasia, entre edificios destartalados, olor a gasoil, pescado y salitre pegajoso en la piel.
El lugar te recibe con una estatua en homenaje al escritor Camilleri que gustaba por lo visto de la amistad de los dueños, los Hermanos Sacco, seres míticos autóctonos que lo mismo te toman nota, te sirven, te cobran, te cantan una bella canzone o mandan callar al verdadero Amo del Lugar, el loro Vincenzo. El susodicho loro es el único que sabe todo lo que sucede en ese lugar y repite algunas incómodas indiscreciones que se solventan tapando su jaula y llevándolo al trastero porque a veces Vincenzo puede ser muy muy insistente. Como para no serlo, con la jarana que se vive allí, entre la comida orgásmica y sin control que alimenta los sentidos y los desata hasta perderlos en la fiesta sin fin y los inciertos sucesos que pueden llegar a pasar allí donde todo es posible. En el Timone las cocinas están sobreelevadas, en lo alto, para mostrar el lugar alquímico de transformación de comida en alimento para los dioses. Desde el mostrador se asoman mujeres hermosas con mandiles y hombres fornidos con el cuerpo hecho para freír pescado y lo que se tercie. Desde las mesas que nos montaron observábamos anonadados el espectáculo que no había sido hecho para nosotros, sino que era el que cada día se generaba, único, porque único es el lugar y estrafalario por definición nacional de esta isla que no puede dejar a nadie indiferente.
La cena se alargó y las canciones y la música que orquestaba Dario con sus chavales que enseña para no perder esa inmensa tradición desgarradora a veces, divertida otras, intensa siempre, nos levantó a muchos de las sillas para ballare y dejarse llevar ante el pico mordiente de nuestro amigo Vincenzo que todo lo vio porque él todo lo sabe. Pero nadie más puede saber lo que pasa en Sicilia, solo Vincenzo, porque nadie puede creer ninguna de estas extravagancias que acomodados en las rutinarias vidas nos parecerán sueños de un mundo inexistente, exageraciones que distorsiona el recuerdo de un viaje, euforia del vino o de la comida digna de Poseidones y Anfítrites. Pero Vincenzo sabe que no es delirio, que no es ensoñación ni tergiversación, sabe Vincenzo, que todo lo que pasa en Sicilia, se queda en Sicilia.
Recuerdo el sitio perfectamente fue unz velada inolvidable
Qué risas más estupendas, y bailes y ricos y abundantísimos platos. Inolvidable noche. Vincenzo único.
Comimos en ese sitio, inolvidable la musica, la comida y los buenisimos organizadores del evento. Esperemos que esto pase pronto y podamos volver a viajar.
Saludos Mateo
Cuando yo estuve fuimos a una casa, no se si era la «okupada» a la que se refiere Fernando, pero lo pasamos muy bien, la pasta fue deliciosa y nos reimos mucho en la furgoneta de vuelta, ya no recuerdo porqué. Y Darío cantaba tarantelas o algo así con un instrumento que no recuerdo y algún otro tocaba el cajón. ¡Habrá que volver!
Recuerdo esa cena en el «timone», para no olvidar jamas, Con Dario de maestro de ceremonias y su música folclórica tipicamente siciliana, degustando esplendidos manjares pantagruelicos, bailando hasta altas horas, y con el grupo de amigos riendo sin parar. Solo faltaba encontrar a Persefone, pero ahí estaban nuestros guías espirituales Matteo y Fernando, quienes muy amablemente nos hicieron conocer la sugestión y el embrujo de Sicilia. Gracias Dario por esa inolvidable velada, y a Matteo y Fernando por llevarnos.
INOLVIDABLEEEEE