En 1991, una antropóloga llevó a su hija de 5 años a la catedral de Toledo. La temprana edad de la cría no era óbice para iniciarla en los misterios del arte e iba explicándole cosas aquí y allá. Tras un rato de lección, de pronto, la cría miró a su madre y, para asombró de ésta, soltó: “¡Qué cosas tiene la historia!”. Ya apuntaba maneras…Casi tres décadas más tarde, aquella niña es una respetada científica que, sentada ante nosotros, marea una clara con limón mientras habla, por los codos, del yacimiento que tiene el privilegio de excavar, el Turuñuelo de Guareña (Badajoz, Extremadura).
La Dra. Esther Rodríguez González (Villanueva de la Serena, 1986) llega tarde a nuestra cita excusándose, viene de comprar un libro. Y no un grueso ensayo académico de los que, presuponemos, da cuenta de ordinario, sino una novela gráfica recién publicada, Érase una vez una princesa que se salvó sola (Nube de Tinta, 2019). Afortunadamente es humana, y antes de encerrarnos en el bar prende un cigarrillo, light. Aún así tiene un deje roto en la voz, de marcado acento extremeño -como Robe-, a consecuencia de la tournée de conferencias y entrevistas que lleva a su espalda en las que cuenta, con una envidiable pasión, los sorprendentes hallazgos del yacimiento de moda en la Península, el matadero de caballos.
¿Cómo se descubrió?
“En 2014, estaba haciendo la tesis doctoral (El reflejo de Tartesos en la periferia del Guadiana, leída en 2016), asociada a un proyecto de análisis territorial sobre el occidente peninsular. Con el objetivo de actualizar los datos sobre el poblamiento de la I Edad del Hierro en el valle medio del Guadiana, revisé los trabajos previos sobre las denominadas «elevaciones tumulares» a fin de prospectarlas. De las 23 recopiladas, seleccioné 13 con potencial, descartando el resto por la práctica inexistencia de material en superficie. Entonces, Sebastián Celestino, (CSIC – Instituto Arqueológico de Mérida) el director, me pidió que eligiese un túmulo para sondearlo y hacer un estudio palinológico con el que tratar de reconstruir el paisaje antiguo. Elegimos el Turuñuelo de Guareña por ser el más grande y mejor conservado. Aunque las labores agrarias lo habían afectado, se veían muchos materiales asomando en el perfil…”.
¿De qué tipo?
“Ánforas R1 fenicias…tenía buena pinta. Nos fuimos para quince días y tres meses después seguíamos allí. Llevaremos excavado, aproximadamente, el 20 %. Aún no sabemos qué dimensiones tiene el edificio, pero como en todos los perfiles hay material, pensamos que el túmulo estuvo ocupado en su totalidad. Queda bastante trabajo. Es espectacular, pero lo que más me llama la atención del yacimiento no es el hallazgo de una escultura griega, lo impactante son los cientos y cientos y cientos de ladrillos que se han tenido que hacer para levantarlo, ¿cuánta gente tuvo que haber trabajando aquí?, ¡es más fácil que llegue una estatua de Grecia! A diferencia de lo que ocurría, por ejemplo, en Egipto, con la figura omnipotente del faraón, todavía desconocemos algunos aspectos de la política y el poder que tenían los reyes tartésicos de los que hablan las fuentes antiguas, de haber existido realmente… No sabemos cómo se coordinaban, ¿quién tenía la capacidad de convencer a tanta población para construir y, posteriormente, ocultar un edificio de la magnitud del Turuñuelo?”.
Entonces, ¿fue casi por azar?
“Sí, en cierto sentido, fue un golpe de suerte, dimos con un yacimiento impresionante, creo que todos los hallazgos arqueológicos funcionan así. Había más túmulos -de hecho, existe otro Turuñuelo en Villagonzalo-, cuyo estado de conservación era bastante bueno, pero como tenía sillares romanos encima…Nuestro presupuesto era muy limitado, de forma que si teníamos que perder mucho tiempo en excavar los niveles superiores, cuando llegáramos a los protohistóricos no nos quedarían recursos. Así que elegimos Guareña por no tener ocupación posterior. Lamentablemente, el territorio está sumamente antropizado. La agricultura y el Plan Badajoz han dañado mucho el entorno de los yacimientos y, en nuestro caso, posiblemente, las zonas de hornos se hayan visto afectadas. De los platos que aparecieron en la habitación nº 100, reconocimos 24 tipos de pastas diferentes, 20 de fabricación local, que tuvieron que haberse cocido en las inmediaciones, pero han pasado tantos tractores y palas excavadoras, se ha roturado tanto…Incluso, la tierra de algunas parcelas ni siquiera es local porque la compran fuera”.
De haber encontrado en otro lugar mayor cantidad de materiales en la prospección, esto no se descubre.
“Posiblemente no, aunque otras personas trataron de excavarlo previamente. A mí, poder hacerlo, me costó mi trabajo: iba al terreno, hablaba con los agricultores…también soy de la tierra y eso, para la gente del campo, es fundamental. Al comienzo me dejaban echar un vistazo, luego, con el pretexto de la tesis fui yendo más e hice amistad con las personas de la finca, hasta que me permitieron hacer el sondeo. Ahora son parte del equipo y están completamente involucrados en la excavación, nos ayudan, por ejemplo, con la maquinaria para el movimiento de tierras”.
La fotografía del patio atestado de esqueletos de caballos es impresionante. ¿Cómo se excava algo único en el mundo?
“Vas aprendiendo del propio yacimiento. Siempre pongo el mismo ejemplo. Cuando excavamos la habitación principal y su bóveda -ahora sabemos que lo era-, interpretamos todos los ladrillos que había en el suelo como una unidad más. Jamás se nos pasó por la cabeza que la estancia pudiera haber estado cubierta así. Una vez terminado el estudio, sabiéndolo, quizá hubiésemos planteado una metodología diferente. Esto no quiere decir que esté mal excavado, pero seguro que habríamos inventado mil maneras para registrarlo…Con los caballos actuamos de un modo muy diferente. Desde que salieron, como es obvio, éramos conscientes de que no sabíamos proceder y recurrimos a un grupo de zoólogos expertos principalmente en équidos. El mero hecho de diferenciar la especie animal, o a un individuo de otro, ya era un mundo”.
¿Recibís muchas propuestas de colaboración?
“Sí. Una parte positiva del yacimiento es que se ha sabido vender por sí solo, la gente tiene predisposición a trabajar en él. Parte de los equipos que tenemos están formados por personas que se han puesto en contacto con nosotros proponiéndonos una colaboración conjunta, como la investigadora principal de los tejidos, Margarita Gleba, de la Universidad de Cambridge. Por lo general, cuando se contacta con un investigador siempre se va con pies de plomo porque lo habitual es que te diga que no…Nosotros al contrario. He recogido muestras de todo tipo para alguien que no he visto en mi vida y me indica por email cómo proceder y la forma de conservarlas para que, por ejemplo, nos analicen la presencia de bacterias en los caballos. Nosotros no tenemos conocimiento de todo, pero nos interesa que el yacimiento se conozca, cuanto más, mejor, para ello necesitas rodearte de grupos de investigación e intentar extraer toda la información posible. Y aún con todo y con eso, tal vez podríamos haber recogido más kilos de tierra para las analíticas, ¡y tenemos veinte sacos!, o conservar los cinco metros de estratigrafía…Hoy en día todo avanza tan rápido que todas las muestras las recogemos por duplicado con vistas a que el día de mañana salga una nueva técnica y se pueda analizar de otra manera, pero claro, tampoco tenemos medios ni espacio donde almacenar tanto. El patio va a dar mucha información, cuando termine el estudio será impresionante. El I Premio Nacional de Arqueología y Antropología que nos concedió la Fundación Palarq en 2018 también supone un reconocimiento a todos los investigadores que apostaron por el Turuñuelo cuando todavía no era nada. Cada uno tiene su papel, se trabaja muy bien, hemos hecho una piña fantástica, lo cual, a veces, es una tarea muy complicada, sobre todo en ciencia”.
¿Cómo se coordina todo el trabajo?
“Llega un momento en el que la situación es un poco inabarcable y cuesta trabajo. Whatsapp ha ayudado muchísimo” -comenta riendo-, “también la nube, mediante carpetas a las que todo el mundo tiene acceso simultáneo. Muchas veces lo hablo con Sebastián, que vivió la etapa anterior, en Cancho Roano, donde lo hacían todo por servicio postal, ¡imagínate! Desde que escribías a Maluquer a Barcelona, le llegaba la carta, la leía, veía los resultados… Ahora mismo se termina un análisis y treinta segundos después tienes una foto en el correo. Aparte, la imagen aérea ha cambiado por completo, no es lo mismo una foto a pie, que la hecha desde un dron donde se ve perfectamente el espacio completo con todos los caballos”.
¿Tenéis mucha presión social sobre la apertura?
“Muchísima. La gente siempre nos pregunta cuándo podrá visitarse. Los políticos, por su parte, cuánto trabajo nos queda. Pero no excavamos rápidamente, sino a la velocidad que nos va marcando el propio yacimiento. Cuando trabajábamos en el patio llevábamos un ritmo estupendo hasta que aparecieron los esqueletos y nos tiramos dos meses con ellos. La principal complejidad viene determinada por haberse rellenado del mismo material con que está construido -ladrillos de adobe-, pero en ese sentido tenemos un equipo de peones de arqueología que ya trabajaron con Sebastián en Cancho Roano y, cuando clavan un pico, saben si se trata de un derrumbe o de un muro. Su sensibilidad por la tierra es impresionante, algo que yo, con toda sinceridad, admiro muchísimo. Ahora bien, estratigráficamente es muy sencillo porque se rellena en el momento de su destrucción por una unidad única, sota, caballo y rey: mucha ánfora rota, alguna fogatilla -da la sensación que, durante el proceso, se han parado a comer algo-; una habitación, luego otra…el verdadero problema viene cuando llegas al suelo que es donde están los materiales. Hasta que tomas cotas, fotogrametría, recoges muestras -semillas, pólenes-, todo se ralentiza mucho. La apertura no es algo que dependa de nosotros, somos arqueólogos, nos dedicamos a excavarlo. En cuanto la Junta de Extremadura adquiera la finca donde se halla* suya será la gestión. Hasta entonces, nosotros no tenemos ningún inconveniente en recibir visitas mientras excavamos -de hecho, el ayuntamiento de Guareña ya las ha organizado-, lo hacemos con dinero público y tenemos que dejar a ese público que disfrute de su patrimonio”.
Su inusual respuesta nos coge bebiendo y casi morimos atragantados; la cerveza de la Dra. Rodríguez sigue calentándose desde hace media hora. Llegados a este punto, queremos conocer más a la persona capaz de decir algo así.
Te llevas al perro a la excavación…
“Sí” -responde con rotundidad-, “nació allí, es el más tartésico de todos nosotros. Cuando empezamos a trabajar en el yacimiento apareció una labradora blanca, buenísima. Venía todas las mañanas a sentarse en el perfil y ahí se quedaba con nosotros. Como no sabíamos su nombre, ni de quién era y teníamos el río cerca, la llamamos Guadiana. Pasaron los años y siempre estaba allí, solía ponerse a mi lado mientras dibujaba. En 2018, cuando volví de Francia -tuvo una postdoctoral en Aix-en-Provence- antes de empezar la excavación, pasé por el Turuñuelo y la encontré con un barrigón… ¡pero cómo me haces esto! Al tercer día no vino, debía estar pariendo. Más tarde apareció, tiró de mí y me llevó hasta unos palés donde tenía a los cachorros…y, claro, me quedé con uno, se llama Zújar, como el afluente. El resto de la camada encontró familia, ¡son un amor! y la madre fue adoptada por nuestra técnico de laboratorio, Carlota”. Acto seguido saca el móvil del bolso y, como una madre que enseña orgullosa la fotos de su retoño, nos muestra a su compañero, ahora es éste quien la acompaña mientras dibuja. La mente, por supuesto, se nos va a los miles de huesos de caballos del patio… “Guadiana es mansa, pero el Zu, cuando pasa un rato, quiere jaleo y bajarse a la cata…y, claro, no puede ser”.
Su otro amor es el propio yacimiento, “para mí el Turuñuelo es como un hijo, un apéndice de mi vida, sufro por él… En verano, con 42º grados, me despierto en mi casa intranquila por los caballos. Y si llueve, pienso ¿estará entrando agua por algún sitio, se habrá comido algún adobe? es inevitable tener esa preocupación, va en la vocación también”.
Codiriges uno de los yacimientos más importantes de la Península, ¿conoces a muchas en tu puesto de la misma edad?
“No. Habitualmente uno empieza como técnico y cuando dirige es bastante más mayor. En ese sentido, Sebastián -y creo que es algo en lo que coincidimos todos los que trabajamos con él-, primero como director de tesis y ahora como colega, no es la típica persona acaparadora que se cree en posesión del yacimiento y deja claro quién es el investigador principal, sino que nos da libertad a la hora de trabajar. Lo importante es que al final, el trabajo esté hecho y bien. Quizás por eso el equipo funciona.
Lo que implica muchísima responsabilidad
“Nuestro proyecto, Construyendo Tarteso, tenía un antecedente en las excavaciones de Cerro Borreguero, junto a Cancho Roano. Como era de la zona y me interesaba conocer lo que había en el término municipal de mi pueblo, tomé contacto con Sebastián y empezamos a hacer cosillas hasta que inicié mi tesis doctoral. En 2011, con 27 años, me encargó el Proyecto de la excavación porque la iba a dirigir yo… ¿cómo iba a hacerlo?, ¿cómo identificar las unidades estratigráficas? Ahora, excavar, lo que es excavar, hace mucho que no excavo. Hago planimetrías, fotos, ordeno archivos, relleno fichas… ¡pero a mí me gusta mucho excavar!” -de hecho, en España, tiene su reputación como experta picadora- “Muchos fines de semana, cuando no están los voluntarios, me voy a excavar con los técnicos…o sola un rato. Me gusta pensar y entender, y muchas veces para hacerlo, para conocer bien el yacimiento, lo tienes que excavar, has de ver la tierra…es la manera de contactar, si no muchos aspectos se te escapan. Durante la campaña, he de parar y ordenar ideas, son muchos sectores distintos, unidades…”.
¿Te cambia la vida, socialmente, excavar allí?
“No me considero famosa, sigo teniendo una vida absolutamente normal. Cambia porque resulta muy satisfactorio que la gente tenga interés por lo que haces. Que me lleguen correos diciéndome que les encantaría que fuese a dar una conferencia porque quieren saber qué hay en su tierra, que les explique cómo eran sus antepasados. Despertar el interés de la gente me gusta bastante, es lo que me indica que lo que estoy haciendo tiene sentido. Las humanidades…ya sabes, a veces solicitas dinero para excavar y te miran con cara de… ¿para una excavación?, ¡eso es como enterrar el dinero!, ¿y si no te sale nada?, que puede ocurrir…He pasado del anonimato más absoluto dentro del mundo académico a que la gente me reconozca. La verdad es que muchas veces es impresionante que personas a las que admiras y has leído tanto, de pronto sepan quién eres tú… ¡joder, qué guay! El yacimiento en sí se disfruta muchísimo, ahora bien, luego tiene la otra cara, ¡da un trabajo!, solo la memoria de excavación de este año nos ha llevado 4 meses. Y tienes al mismo tiempo la presión de muchos ojos mirándote, gente que desea que lo hagas fenomenal y el yacimiento sea el mayor hallazgo de la protohistoria del siglo y otros muchos esperándote a que metas la pata. Me considero una persona bastante independiente, pero si cometo un error…Siempre va a haber envidias en el momento que un proyecto funciona, igual que becarios alardeando de lo que han hecho o publicado. Mira, conmigo que no entren, me da exactamente igual, lo que me importa es vivir y saber sacarme las castañas del fuego, no las medias ajenas de 8 o 9”.
Tienes ya hasta enemigos…
“Sí, unos cuantos…” -y ambos nos reímos- “pero no es por el Turuñuelo, sino por el otro tema, que es horrible. La verdad es que lo ignoro bastante bien”. Y es que a Esther Rodríguez, a raíz de la publicación del artículo científico «Tarteso vs la Atlántida: un debate que trasciende al mito» (ArqueoWeb, 18, 2017), se le echaron encima los defensores de una confederación peninsular íbero-líbica-mauretana-hycso-minoica-tartésica [sic] y -como guinda de un pastel no lo suficientemente exótico- de los Pueblos del Mar (!). Pero dado que ella ha decidido, juiciosamente, no entrar al trapo -hablan lenguajes muy distintos-, no seremos nosotros quienes les den más pábulo.
¿Crees que se meten contigo porque eres mujer?
“No lo sé…tengo muchos colegas que también han tenido sus conversaciones con ellos porque se trata de un tema muy controvertido. A lo largo de mi trayectoria profesional, nunca he tenido problemas de género, ni me he sentido infravalorada por ser mujer”. Aunque, nos cuenta, en una excavación la bautizaron ‘Lolo’ porque a alguno le le costaba entender que una mujer picase.
¿Qué haces cuando sales del Turuñuelo?
“Investigar”, comenta sonriendo.
¿Y después?
“En cierto modo, Zújar me ha salvado la vida. Antes, cuando vivía sola en un apartamento en Mérida, pasaba horas y horas sentada, me daban las doce de la noche y sin cenar…te abstraes, se te va el santo al cielo. Ahora, como mínimo, me obligo a salir una hora y media todos los días. Vamos al campo, a andar, con el perro libre siempre”.
¿Con qué te distraes?
“Me gustan mucho las novelas gráficas, el cine, siempre que voy a Madrid aprovecho para ir al teatro, la ópera… ¡me flipa ir de compras! Tengo una vida social. Conservo mi grupo de amigas de la infancia de Villanueva de la Serena y soy muy familiar, nos gusta hacer cosas juntos, lo disfruto mogollón. Aunque tampoco me incomoda hacer turismo sola. Cuando viví en la Provenza, me llevé el coche y aprovechaba los fines de semana para visitar Nîmes, Orange, Niza… ¡No soy una persona encerrada, ni amargada, qué va, al contrario! Hay gente que tiene un cargo de conciencia por divertirse, por no dedicarse íntegramente, por el qué dirán los demás. No, yo eso no, al contrario. Nunca me verás mentir; el sábado me fui de cañas, iba a leer pero luego no me quedó tiempo. He aprendido a dosificarme. Lo que te dicen de niña: es preferible estudiar dos horas bien que cinco mal. Y una cosa he tenido clarísima, para mí, dormir, es sagrado. Desde que terminé la tesis, que me dejé los cuernos, me impuse que a las diez de la noche mi vida laboral se acababa. Me tiro en el sofá sin hacer nada o veo una peli, ¡hay que sacarle rentabilidad al Netflix!, que para eso lo pago. Si te encierras en un tema, llega un momento en el que te obsesionas y no sabes ni por dónde tirar. Es verdad que también hay fases en las que te gustaría salir pero, por la propia responsabilidad, uno decide no hacerlo. Equilibras, si me voy a la sierra, me llevo mi portátil y sacas unas horillas de aquí y de allá. También ayuda la política propia del sitio dónde trabajes, y en el Instituto de Arqueología (CSIC- Junta de Extremadura) se trabaja con libertad, lo importante es conseguir los objetivos que te has marcado en tu investigación”.
¿Por qué te gusta la arqueología?
“La historia me ha gustado siempre, desde pequeñita, siempre he tenido el afán de saber un poquito más. Tengo el recuerdo de cuando me preguntaban qué quería estudiar de mayor y contestaba, historia, aunque el arte también me tiraba. Cuando empecé la carrera no tenía claro al 100% que quisiera hacer arqueología, me llamaba la historia moderna, el fascinante entresijo de reyes y validos. Sin embargo, en primero, me ofrecieron ir a una excavación y quise probar si era lo mío. Fue amor a primera vista. El día que me dijeron que la excavación había terminado resultó desolador, y eso que fue muy dura, empezamos diez y terminamos dos”.
¿Te quieres dedicar a esto el resto de tu vida?
“Sí, al 100%. Me da muchísimas satisfacciones. La investigación es muy sacrificada, es cierto, a veces no todo sale como a ti te gustaría… afortunadamente, por ahora, nunca he tenido intención de tirar la toalla, he aguantado el tirón…”.
Casi llegados a las diez de la noche, Esther ha de irse con sus amigos. La hemos dejado exhausta, “espero que en la cena quieran hablar los demás porque…”. Agradeciendo su buena disposición en atendernos, le regalamos La carta esférica, con el retintín de heterodoxas búsquedas de tesoros, y una minúscula pala de jardinería para la que no tarda en encontrar función en la recogida de muestras, “¡mucho mejor que el paletín!”. En sus manos, el nuevo juguete, parece una varita mágica, aunque no creemos que la necesite. La afortunada Esther ha ya encontrado el secreto de la vida: “cuando haces lo que te gusta, es muy fácil trabajar”.
*…hora y media después, el ruido del bar se para. Esta grabación fue realizada un demasiado lejano 8 de febrero de 2019. De entonces a esta parte, el Turuñuelo no ha sido excavado por desavenencias entre la Junta de Extremadura y los propietarios del terreno. Esto no quiere decir que el equipo haya estado ocioso, todo lo contrario, su labor de estudio, análisis y publicación no se detiene…A finales de año vimos a nuestra protagonista de estancia en Atenas, paseando bajo la Acrópolis tras dejarse las pestañas, seguro, con las formas del Sparkes & Talcott. Desde la más profunda admiración por el trabajo que realiza, la deseamos que pronto pueda regresar al túmulo, tan entusiasmada como la recordamos, acompañada por su fiel Zújar, el perro tartésico.
Ángel Carlos Pérez Aguayo