pausados NO, Pausanias/ 8. En el jardín de Mecenas

Roma quiso ser jardín florido, pero jardín cerrado. El Imperio que creo el Princeps, se refleja en las aguas tranquilas de la pila de una fuente que se salpica del surtir de un chorrillo, al que vienen los pajarillos a beber y chapotear. La escena se enmarca en un jardín cerrado, perfectamente cuidado y recortado hasta el detalle de una hierba que no debe sobresalir por encima de los parterres de bellas flores abiertas y frutales bien surtidos. Higueras, plátanos, palmeras de dátiles, pinos piñoneros, amapolas, margaritas y violetas, entre los que sobresalen bellas esculturas egiptizantes, marmóreos labra y tintineantes oscilla, y entre las aves, las que más lucen, como la que un día fue Argo, guardián querido de Juno, hoy el más multicolor con abanico de mil ojos. A mí me evocan a los jardines que cantara con su verso preciosista Rubén Darío en su Sonatina:

 

El jardín puebla el triunfo de los pavos-reales …

 

O al que se refería Antonio Machado dedicado a Juan Ramón Jiménez en Los jardines del poeta, como una metáfora del bello encierro del discurrir del tiempo:

 

“Allí la fuente le dice: Te conozco y te esperaba

Y él, al verse en la onda transparente:

¡Apenas soy aquel que ayer soñaba!”

 

Detalle de fresco de jardín de la Casa del Bracciale d’Oro de Pompeya. Exposición «Pompei e Santorini, l’eternità in un giorno«. Palacio del Quirinal, Roma. Foto: F. Alonso

 

Ese jardín evocador que trasciende al canto de los poetas es la imagen del Nuevo Tiempo que inaugura el Nuevo Poder de Augusto que tan bien retrata entre otros P. Zanker en su Augusto y el Poder de las Imágenes. Un jardín en el que la naturaleza está ordenada hasta lo irreal, en donde se mezclan especies que florecen y dan frutos a capricho; ahora un vallado, ahora un parterre florido, ahora un frutal, ahora una fuente. Y en un escondrijo en donde un ave ha puesto sus huevos y han empezado a salir los pollitos, sigilosa una serpiente se prepara para que la vida de todos, pollitos y serpiente, siga su curso. El orden de la naturaleza no puede ser ecuánime ni pusilánime.  Para llegar a este jardín cerrado se deben aceptar las normas duras y a veces crueles de la supervivencia: vive quien resiste y mientras resiste vive. Como la misma Roma.

La vida hacía mucho que ya había empezado a cambiar entre los romanos de pro. Las oscuras cabañas de sus mayores se habían tornado domus con sus espacios abiertos de los peristila y viridaria que mostraban orti de esparcimiento; bellos espacios ordenados de una naturaleza idealizada para ser contemplada, escuchada, olfateada, saboreada. La casa como lugar perceptual de memoria, en donde a los recuerdos se le suman los que provienen de ese afán por aprehender lo natural:

“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,

Y un huerto claro donde madura el limonero…”

 

Como es bien sabido si algo puso de moda Augusto serían las composiciones de jardines pintadas o labradas en altares públicos o en salones privados siguiendo el modelo del zócalo del Ara Pacis. De entre los frescos, tal vez, los más famosos sean los de la Villa de Livia en Ad Gallinas Albas en Prima Porta, pero también hay otros fastuosos como los de la Villa della Farnesina, los pompeyanos de la Casa del Bracciale d’Oro, del Frutteto, dei Cubiculi Floreali, entre otros. Para embelesarse con ellos hay que viajar y verlos lo más cerca de donde estuvieron un día decorando sus estancias entre Roma y el golfo de Nápoles, donde está el summum. En nuestro pasado viaje invernal dedicado a la Roma de Augusto fueron imprescindibles las visitas obligadas al Museo Nazionale al Palazzo Massimo, en donde al menos los de la villa de Livia junto a los de la Farnesina se pueden contemplar en maravillosas reproducciones a escala de los habitáculos en donde un día estuvieron adaptados para dejarse llevar. Los favoritos en este sentido son sin duda los de Livia de Prima Porta que te permiten caer sobre blando y rehundidos sofás sin brazos para dejarse llevar por los olores, sonidos y colores del jardín cerrado supremo realizado para la Primera Dama de los Tiempos Dorados que Augusto había inaugurado.

 

Detalle del fresco de jardín de la Villa de Livia en Prima Porta. Foto: F. Alonso.

Mucho menos conocido, sin embargo, son los que decoran evocando un verdadero jardín que los escritos antiguos nos recuerdan como el favorito del Imperator, incluso antes de serlo. Para llegar a él hay que hacer un viaje atrás en el tiempo por las calles de la actual Roma. Se puede hacer desde muchos sitios, subiendo desde el Coliseo, la colina del Oppio, desde la antigua Suburra alcanzando el Esquilino desde sus estribaciones meridionales. Pero desde Pausanias nos gusta llegar desde el Quirinal atravesando las calles que hoy día te llevan a la Basílica de Santa María Mayor y desde allí descubrir las murallas aurelianas con la Puerta de Galeno y bajando por la vía Merulana llegar a un edificio hoy en día semienterrado que pasa desapercibido, como una parroquia destartalada más, con jardín de gatos callejeros incluido, entre terrazas de ricos gelati y buen caffè. Ese lugar, conocido como el Auditorio de Mecenas, es la estructura principal que ha llegado hasta nosotros, posible triclinium aestivo, con ninfeo subterráneo al que se llegaría recorriendo los Horti Mecenati que en el programa augusteo de remodelación de Roma ocupó el bello retiro con vistas de su amigo, superponiéndose a un lugar ancestral de enterramientos sobre el Esquilino. De aquí las palabras de Horacio cuando decía aquello de:

“Ahora se puede habitar en el saludable Esquilino y pasear en su llanura soleada, por donde hace poco los desdichados contemplaban el deforme campo por los blancos huesos”

(Horacio, Sátiras, I, 8)

Este lugar recoge unas pinturas que evocan esos jardines entre lo real y lo soñado, aunque posiblemente de época ya de Tiberio a imagen de aquellos de su madre en Prima Porta, nos sirven para imaginarnos los encuentros entre Octavio, su hermana Octavia y otros tantos con su gran amigo filántropo en torno a alguno de los artistas más sonados del momento de la talla de los Virgilios, Horacios, Ovidios y otros más, regalándoles sus oídos.

Animados mi compañero Carlos, aquí Prof. Aguayo, griego de alma y romano de vísceras, y un servidor pergeñábamos hacer un golpe de efecto, un coup de theatre que decimos en nuestro código de empresa, en algunos de los lugares cargados de memoria augustea. No podía faltar emular aquellas tertulias del Círculo de Mecenas que invitaban a imaginarse el jardín florido pero jardín cerrado que quería ser la Roma Imperial. Pero nuestra fantasía se superó con creces con la presencia de una prima donna que nos acompañó en este viaje navideño a la capital italiana y que sólo podía haber salido de las clases que imparte el Prof. Aguayo en cierto centro de Humanidades de un barrio bien madrileño. Ya en el aeropuerto mostró su sentir de tener interés por la Roma de Augusto pero sin olvidar la del Shopping en vía del Corso, vía Condotti o La Rinascente. Para tal menester no era apropiado el buen uso de muchos de nosotros de llevar lo imprescindible y alejarse de aquella costumbre de facturar maleta si uno puede llevar lo necesario sobre su espalda. Nuestra amiga apareció con bolso de inconmensurables dimensiones, neceser cual caja fuerte, maleta principal y baúl de la Piquer, todo ello portado con su grácil manejo y la ayuda de fieles sirvientes masculinos que le salían al encuentro. Nada le faltó y todo podría haberle sobrado pero no habría sido ella. Hubo un día Lady in red, otro blue, uno muy apropiado con gorro navideño de Mickye Mouse para los Museos Vaticanos y en fin, el día que nos ocupa, cual Dama de las Nieves, con botas de oso polar, conjunto muy ajustado argénteo con brilli brilli y gorro de Doctor Zhivago. Nuestra bella zarina no dudó en los accesorios y el maquillaje a juego, sin faltar las pupilas a lo Frozen. Su dinámica era estar con el grupo las mañanas pero al pomeriggio acudir a distracciones más mundanas de nuestro mundo y dejar a Augusto para el frescor matinal del día siguiente. Curiosamente quiso nuestro destino que el día que acudimos al Auditorium Mecenate nuestra Musa nos acompañara y sin titubear se animara a declamar a Horacio junto a su Prof. después de algunas lecturas que hicimos otros y que quedarán para el recuerdo de todos por la emoción que evocaba ese lugar.

 

Lecturas en el llamado Auditorium de Mecenas. Dibujo: F. Alonso.

Me gusta pensar que el Prof. Aguayo, al ver a su indiscreta alumna declamando un mismo lenguaje poético que trasciende los tiempos y las estéticas conectándonos el pasado clásico y nuestro presente, pensara en aquello que debieron sentir el inglés Patrick Leigh Fermor y el general nazi Heinrich Kreipe, como cuenta en Secuestrar a un general, una mañana de resaca de raki, al declamar juntos a Horacio en su rocambolesco rapto cretense, ante las cumbres nevadas del Monte Ida en plena Segunda Guerra Mundial:

Vides ut alta stet nive candidum

Soracte, nec iam sustineant onus

silvae laborantes, geluque

flumina constiterint acuto*

(Horacio, Odas, IX, 1-4)

*Ves cómo se yergue con blanca nieve en las alturas el Soracte y no pueden ya sostener el peso los sufridos bosques, y los ríos permanecen inmóviles helados por dentro.

No sé que pudo pensar el vigilante que nos abrió el sitio. Discretamente se quedó arriba y al ver que tardábamos debió asomarse y al ver el percal y a nuestra musa solo me hizo un gesto a la salida de un guiño. No sé que pensaría…yo pensaba en lo que diría Octavio Augusto y Mecenas ante una declamación tan particular.

Texto de:

Equipo Pausanias

Viajes Arqueológicos y culturales

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