«Ya ha cruzado el ejército real, destructor de ciudades,
a la tierra vecina allende el mar,
tras haber pasado el estrecho de Hele, hija de Atamante,
sobre un puente formado por barcos atados con cables de lino,
luego de haber echado al cuello del mar ese yugo
afirmado con múltiples clavos que sirviera de paso…»
Esquilo, Los persas, 65-74 (Trad. Bernardo Perea Morales. Gredos, 1986)
Desoímos la historia, para eso está.
Los puentes son, tal vez, las construcciones contra naturam por antonomasia; el ser humano uniendo lo que la diosa Gea dispuso separado en su ordenación del mundo. En el ámbito Egeo contamos con varios ejemplos sobre barrancos y vaguadas desde el segundo milenio antes de nuestra era. Algunos aún permanecen en pie, otros no han soportado los estragos del tiempo. Pase. Pero ¿a quién diantre se le ocurre enlazar, ni más ni menos, que las dos orillas del estrecho de los Dardanelos?
Leyendo “Los persas’’ de Esquilo desde una novedosa perspectiva ecologista, el dramaturgo parece atribuir (parte de) la derrota del medo a la arrogancia -la famosa hýbris- mostrada por su líder hacia la Madre Naturaleza al tender aquellos pontones para invadir la Hélade. El siempre prolijo Heródoto (VII, 35, 1-2) abunda en más detalles acerca de su insolente soberbia al añadir que, tras un primer intento fallido, echado a pique por una tempestad, «Jerjes montó en cólera y mandó que propinasen al Helesponto trescientos latigazos y que arrojaran al agua un par de grilletes y (…) envió, asimismo, a unos verdugos para que estigmatizaran al Helesponto (…) ordenó a sus hombres que, al azotarlo, profiriesen estas bárbaras e insensatas palabras: “¡Maldita corriente! Nuestro amo te inflige este castigo porque, pese a no haber sufrido agravio alguno por su parte, lo has agraviado. A fe que, tanto si quieres como si no, el rey Jerjes pasará sobre ti. Con toda razón ningún hombre ofrece sacrificios en tu honor, pues eres simplemente un río turbio y salado”» (Trad. Carlos Schrader. Gredos, 1985). El resto ya saben cómo termina, en las aguas, precisamente, de Salamina.
Ojipláticos nos quedamos el pasado mes de octubre cruzando en ferry aquella histórica angostura entre Galípoli y la antigua Lámpsaco, cuando vimos el curso final de las obras de la nueva construcción que va a salvarla. Cacareada como el puente suspendido más largo del mundo, ha sido bautizada, para mayor jactancia sobre los miles de cadáveres ANZAC: 1915 Çanakkale Köprüsü.
El próximo mes de marzo, cuando volvamos a atravesar los Dardanelos para adentrarnos en Asia Menor, nos embarcaremos, como Alejandro rumbo a Persia, ¡aunque si tuviésemos tiempo lo haríamos nadando, emulando a Lord Byron y, siguiendo su estela, a Patrick Leigh Fermor!
Filias y fobias, todo se reduce a eso.
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